FOTO: Facebook Abuelas de Plaza de Mayo

El rock le dio voz a los que no tenían voz, el rock fue un dolor de cabeza para los genocidas, el rock canta siempre a favor de la libertad.

La eficacia de las políticas represivas se basa en la capacidad de crear un enemigo interno. Un peligro que exista dentro de la misma sociedad, que pueda ser tu vecino, tu compañero, una parte de la comunidad que habita el mismo espacio que vos. Un peligro al que se le debe declarar la guerra y al que, por sobre todo, el Estado debe eliminar.

La juventud fue uno de los grandes peligros para la última dictadura cívica y militar. Era sospechosa de subversión, sospechosa por pensar, organizarse, demandar y cuestionar. El rock fue parte de la identidad de la juventud de ese tiempo, fue su símbolo y también la caja de resonancia de sus reclamos.

Aunque la violencia estatal no era ninguna novedad en los `70, el 24 de marzo de 1976 marcó un punto de inflexión: se estableció un gobierno de facto con la intención de imponer un modelo económico liberal y entreguista a cualquier costo. Inclusive si ello significaba secuestrar, torturar, asesinar y desaparecer a 30.000 personas. Todo el que “molestara”, iría a engrosar las largas listas de subversivos y enemigos del orden. Y ser contestatario está en el genoma fundamental del rock nacional.

 

Nos siguen pegando abajo

Si bien durante el primer año de la dictadura a cargo de Rafael Videla se celebraron varios recitales masivos, la Junta Militar no tardó en criminalizarlos. A fines de 1977, la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) hizo circular un documento titulado Antecedentes ideológicos de artistas nacionales y extranjeros que desarrollan actividades en la República Argentina, donde aseguraba que “para concientizar a amplios sectores de la población, la subversión inició una tarea tendiente a transformar en COMUNICADORES LLAVE, esto es, personas de popularidad relativa en los medios artísticos, cuyo accionar (…) es el de verdaderos ingenieros del alma”.

Días después, Clarín difundió una lista de 242 canciones prohibidas. Los músicos intentaron evadir la censura en el refugio de lo underground, en la distribución de grabaciones caseras –ya que varios casetes y discos habían sido sacados del mercado- y en conciertos pequeños y clandestinos en sótanos y bares.

Con la Ley de Radiodifusión de 1980, la misma que se mantuvo en vigencia hasta el año 2009, se estableció para los medios de comunicación la obligación de “contribuir al afianzamiento de la unidad nacional y al fortalecimiento de la fe y la esperanza”. A raíz de esto, canciones que hablaban sobre el descontento social o la depresión (como en el caso de Viernes 3 am de Serú Girán) no podrían reproducirse.

 

Tiempo de relojes que no pueden más

Viola sucedió a Videla en la presidencia y adoptó una postura más “indulgente” con respecto al rock. Muchos artistas exiliados volvieron al país y las grandes salas y teatros se volvieron más accesibles. Las letras rockeras estallaron en versos de protesta, se volvieron más desafiantes y en los recitales se cantaba a coro: “el que no salta es un militar”.

En 1981, Galtieri asumió la presidencia y ante la urgencia de la inestabilidad del régimen, inicio la Guerra de las Malvinas. El enemigo interno ya no era suficiente, necesitaban enfocar en uno externo para fabricar un sentimiento de unidad nacional.

Entre los meses de abril y junio de 1982, los interventores en los medios prohibieron la música en inglés. El espacio quedó vacante para el rock nacional, que lo llenó y lo desbordó. Hay quienes consideran que esa “luz verde” al rock nacional fue, en parte, una estrategia de la Junta Militar para generar un consenso con la juventud, la principal damnificada por la dictadura y por la guerra.

El 16 de mayo de ese año, el gobierno de facto organizó el “Festival de la Solidaridad Latinoamericana” para juntar donaciones para los soldados de Malvinas. Pero las bandas que pasaron por el escenario, lejos de participar como aliadas o imparciales, tocaron para los verdaderos perdedores del conflicto armado: los soldados y el pueblo.

Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente, cantó León Gieco. Pistolas y cuchillo por toda tu piel / picana en los testigos, muriendo de alaridos / Por más que grites fuerte, no van a escuchar, describían Pedro y Pablo con Apremios Ilegales, canción inspirada en dictaduras anteriores pero que caracterizaba con precisión esos tiempos. Fito Páez cantó los versos de Baglietto en Tiempos difíciles:

Los cementerios de esta ciudad

se iluminarán de infiernos

para vengar las almas en cuestión

y llegarán trocitos de primavera,

luego vendrán veranos para el que quiera.

 

Los dinosaurios van a desaparecer

Con la actividad política proscripta y prohibida en la etapa más cruda que nuestra historia reciente pueda recordar, los conciertos de rock fueron espacios de encuentro y solidaridad, lugares para compartir mensajes de libertad y lucha. Una manera de romper la atomización y el miedo a estar juntos en un contexto de muerte y represión.

Así, el rock nacional se conformó como un estilo amplio, heterogéneo y atado al sentir popular. Se sintió más como un movimiento y una forma de expresión del descontento que como un género musical. A 42 años de la última dictadura, el rock nacional se adapta, se reinventa. Pero algo no cambia: no se calla ni pierde oportunidad para denunciar a los dinosaurios de ayer, de hoy y de siempre.